viernes, 31 de marzo de 2023

EL silencio y la escucha correcta


 ¿Hablar sobre el silencio? ¿No es esto un contrasentido?

¿Qué lugar le quedaría al silencio si todo lo ocupa la palabra?

¿Es la necesidad de hablar sobre el silencio un llamado de atención hacia una sociedad cada día más adicta a casi cualquier ruido?

Se puede hacer el intento de volcar explicaciones acerca del silencio, sin embargo, nunca daremos en el blanco, como tampoco a la hora de hablar de Dios, la vida, el amor, la muerte o la música, por ejemplo. Y esto ocurre porque el lenguaje, aún bien utilizado y con una narrativa acertada, jamás puede llegar a definir lo indefinible, pues, el nombre nunca es la cosa de la que se habla.

En todo caso, la necesidad o la premura del ser humano por querer entender sobre estas cuestiones trascendentes e inquietantes y su participación en todo ello, mayormente por temor a la muerte e incomodidad con la incertidumbre, es lo que lo lleva a la utilización del lenguaje a la espera de conclusiones sobre lo que, en su esencia íntima no lo tiene y por ende nunca las encontrará; 

En consecuencia, ¿Cómo puede el ser humano comprender lo que no tiene ni pertenece al tiempo, como la vida o Dios, si busca hacerlo desde su condición temporal, pues todo pensamiento está sujeto a kronos (pasado, presente, futuro) 

Incluso cuando se esfuerza por hallar indicios de verdad absoluta, también falla, porque la vida no es determinista sino, orgánica y cambiante. En consecuencia, ¿Cómo atrapar lo que  está en permanente movimiento?

El único camino para comprender el silencio, la vida o el amor, es cuando vivimos totalmente en cuerpo y alma la relación con esas fuerzas esenciales. Cuando toda idea queda anulada y sólo se es experiencia pura.

Es decir, no hay lugar para la intelectualización ni la filosofía ni anhelos predeterminados sobre la cosa en sí. La única actitud posible es la práctica. Y esa práctica se llama, escucha plena.




¿Qué es un escuchar completo y puro? 

Por lo general, al escuchar lo hacemos con prejuicios o ideas preconcebidas es decir, antes de escuchar ya vamos pertrechados de ideas y conceptos, no siempre nuestros y de los que por costumbre no reconocemos conscientemente, esto apenas habilita a una escucha limitada por los pensamientos que ya tenemos como condicionamiento. 

Programas adquiridos a temprana edad que se realizan en automático. Pensamientos, recuerdos memoria, basados en comparaciones que nos llevan a evaluar lo que creemos moralmente que es la cosa observada, sin lograr ver su sentido último y real. Excepto cuando aprendemos a escucharnos, es decir, a meditar.


Sin meditación, no hay reconocimiento del silencio o del ruido interno. Sin meditación no hay escucha plena. Sin meditación no sabremos escuchar ni sentir el cuerpo, la respiración. No podremos ver y conocer qué contienen esos pensamientos que se agolpan de a miles en el cerebro y de qué modo dirigen nuestras decisiones diarias, lo que eclipsará la consciencia de que se vive más para el pasado, (nostalgias, resentimientos) o, para el futuro, (miedos, ansiedades) que para el presente tan fugaz, siempre.

Veamos. Es importante considerar que el silencio no es algo que pueda hacerse, en primer lugar porque vivimos en un planeta aerófono, es decir, donde hay oxígeno hay ruido o sonidos. Por consiguiente, lo único que sí hemos de hacer es, acallar todo ruido o emisión sonora posible y el silencio...aparece en escena.

El silencio, al presentarse, abre las puertas a la posibilidad de una escucha real y correcta sin la cual no podremos alcanzar un entendimiento claro y objetivo sobre aquello donde enfocamos nuestra atención.

Captar la realidad es posible cuando se desvanecen las creencias.

Me explico, oír es una función sensorial natural y propia del oído que capta todo cuanto por él atraviesa. Acto seguido, el cerebro, tras evaluarlo, descartará lo que no necesita, tomará lo que sí le resulte significativo y toda esa acción, la mayoría de las veces, suele suceder sin que siquiera nos demos cuenta, hasta que aparece el interés o la necesidad de escuchar atentamente.

Escuchar, a diferencia de oír, requiere de un acto consciente y voluntario por nuestra parte.

La escucha verdadera y completa, como digo, es la que no se ve interrumpida por nuestras opiniones u objeciones. Eso no significa que tengamos que someter nuestros principios a lo que escuchamos sino, aceptar lo que nos llega, y con el mapa completo de la historia delante, poder tomar cartas en el asunto pero, evitando evangelizar o manipular a quien nos habla pues, lo importante es dejar que la decisión surja del seno del que habla y no de quién escucha. A lo sumo, el “escuchante”, si se me permite el término, puede sugerir, señalar  opciones o factores a considerar que puedan ayudar a ver más lúcidamente el problema y su posible resolución.

Es muy necesario considerar que toda escucha ha de comenzar por uno mismo, pues, si no tengo aceitada esa práctica en mí, no podré aplicarla en otros porque, como dije, lo que se colocará por delante de lo que llega a nuestros oídos serán los preconceptos e ideas instaladas en uno, opacando el relato tal cual no es remitido.

Esto lo remarco porque en tantos años de profesión como profesor de Tai chi/Chi kung y Meditación zen, no han sido pocas las veces en las que pude ver lo rápido y fácil que el facilitador, terapeuta o mediador se predispone para aprender las técnicas que son de su interés, sin caer en la cuenta que, cuando es el propio facilitador el que atraviesa emociones, preocupaciones o temores psicológicos importantes, no sabe cómo aplicar esas mismas técnicas en sí mismo por estar más ocupado en afianzar su labor y ganar dinero que, en conocerse a sí mismo. Virtud elemental para poder comprender y acompañar asertivamente a los demás durante sus tribulaciones y encrucijadas.

Escuchar plenamente, es escuchar con todo el cuerpo. Las tripas, el corazón y la mente intelectual.

Al escucharnos, sentirnos y estar presentes, el silencio será el que nos hable y devele el camino a trazar por nuestros propios pasos. 

Publicado y escrito por Daniel Shodo