sábado, 30 de mayo de 2020

De la idolatría al despertar de la cosnciencia





Toda idolatría, o idealización de personas, lugares, objetos o situaciones específicas, es un exceso de nuestra propia energía vital, colocada en el lugar y del modo equivocado, motivado por la necesidad de suplir u ocultar nuestras limitaciones o sombras, bajo la creencia, no siempre consciente, de que, el que puede o tiene poder, saber o cualidades elevadas para merecer nuestra adulación, es siempre el o, lo otro.
Lo que se acrecienta con actitudes de este tipo, es el miedo a ver la realidad como se nos presenta; el conformarse con una mentira que, de tanto repetirla y abultada por la fantasía de colocar fuera lo que queremos ver y no lo que ES, conlleva a un estado de sufrimiento permanente, producto del esfuerzo de ocuparnos todo el tiempo de que ese ideal no se desvanezca, pues se cree que, de caerse el velo, también lo hará nuestra "vida" según afirmamos conocerla cuando, en verdad, lo que produciría la revelación de la mentira, dolor mediante como consecuencia del auto engaño, sería la exposición sin máscaras de lo real provocando un salto en la evolución humana. Si no hay crecimiento en todos los niveles de consciencia como ser: cuerpo, mente, espíritu, jamás partiremos de la adolescencia psicológica y emocional en la que nos encontramos como especie, rumbo al equilibrio de una vida que vino a este cuerpo para aprender y elevar su SER, en pos de continuar el viaje transformador del alma.

Cuando ponemos en un otro esos conceptos de adoración, lo que estamos haciendo es proyectar hacia afuera nuestros más íntimos temores, pero, en un formato decorado (ver a un ser humano como a un semi Dios) de lo que nos gustaría ser y vivir, en lugar de ocupar ese mismo tiempo y energía, en averiguar cuál es el motivo auténtico de nuestra misión en este cuerpo. Es decir, lo que deseamos es encontrar fuera del presente que nos agobia (de ahí la proyección al futuro) la imperiosa necesidad de seguridad permanente; de un suelo que no se mueva y en el que siempre podamos sostenernos.
Por eso señalo el sobre esfuerzo que requiere el asegurarnos que ese ídolo o la mirada distorsionada del mundo exterior, nunca nos revelen la verdad. La verdad de que se trata tan solo de una ilusión; la ilusión de poder hallar lejos nuestro, algo que le dé sentido al pesado hecho de estar aquí, en un cuerpo del que, por miedo, nos negamos a conocer, a habitar, o sea, a saber, a ciencia cierta qué es eso de ser feliz.

El problema es doble. Porque por un lado buscamos afuera lo que nunca encontraremos mientras no viajemos hacia adentro de nosotros mismos; y por otro, porque esperamos que sea el otro el que satisfaga nuestras demandas de felicidad o seguridad cuando, ese otro, tan inválido de auto conocimiento como nosotros, se vale de nuestra veneración, es decir, del poder que le damos para sostener su propia mentira. Vale decir entonces que, ninguno de los dos podrá dar lo que no tiene o lo que posee, pero ignora y en su lugar, mejor nos mentimos. Soñamos a que sí, pero…solo soñamos.
Esto me recuerda a esas personas que se emboban mirando en las revistas del corazón el “buen vivir” de los ricos y famosos porque, por un rato, confiesan, los olvida de ellos y sus pesares.





Algunos ejemplos de culto que, en muchos casos, rayan con el fanatismo.

Sublimar figuras políticas, religiosas, artísticas o deportivas. Devoción por los hijos, la pareja, los padres o amigos, etc.
Idealización de lugares, culturas, o comportamientos, por ejemplo, comparar cómo se vive en otros países o qué logros obtuvo alguien lo que, la mayoría de las veces, no pasa la puerta de la mera crítica y la ensoñación.
Estas actitudes, si pueden ser vistas, dejarían lugar a una consciencia distinta; una consciencia despejada de lo irreal. Lo que podría denominarse como, aprovechamiento del error de enfoque para pasar a ocuparnos de lo que perdura como conducta atada a patrones viejos y así aprender que, mientras no tomemos en nuestras manos lo que hemos hecho con nuestras vidas hasta aquí y conozcamos qué y cómo la alimentamos, lo que no se modificará será la ilusión y todo el desequilibrio psicoemocional y somático consecuente. La derivación hacia el daño en la salud, se produce cuando el objeto que adorábamos incondicionalmente pasa a mostrar sus aristas imperfectas provocando que el lugar que le supimos otorgar y al que hasta le exigimos no abandonar, se nos viene encima como un tsunami.
Es en ese momento cuando se intercambian los roles y pasamos del desengaño autogestionado, a la auto valoración o, resignación de tener que admitir que, después de todo, y comparándonos con los “errores” evidenciados por el ídolo devenido hereje pues, “se atrevió a quebrar los mandatos de la religión que se le impuso esto es, no ser otra cosa que lo que necesitamos que sea”, descubrimos que, después de todo, no éramos tan malos. Lo cierto es que ese paso también se encuadra dentro del auto engaño porque lo cierto es que seguimos sin mirarnos claramente ya que, el enojo o la desilusión nos lleva a pertrecharnos del entorno en búsqueda de algo propio ( viejo y conocido) donde cobijarnos hasta que pase la tormenta.Pese a todo y como nos sigue invadiendo el temor de atravesar los muros de la ignorancia, más temprano que tarde volvemos a la caza de algún otro tótem que erigir y ensalzar y así, continuamos la fábula hasta que un día, un buen día, diré, el caído en “desgracia” terminemos siendo nosotros en medio del desierto del vacío existencial y es ahí cuando, quizás, nos atrevamos a avanzar hacia la luz que se encuentra en la oscura cueva del subconsciente. En un sentido platónico valdría el sentido inverso que es, salir de la cueva gobernada por las sombras de la imaginación infantil, hacia la luz del despertar





Mientras tanto, ¿Por qué sucede esto de no poder ir más allá del plano meramente material? Básicamente porque el ser humano desde su conciencia física y animal (en el sentido elemental de la palabra que es, comer, respirar, reproducirse,) no ha podio/querido ir mucho más allá del placer hedonista de la satisfacción sensorial de la que termina siempre preso al no poseer la percepción necesaria que le permita notar que lo que en verdad anhela, es alcanzar el éxtasis de lo divino e imperecedero mientras se pierde de sí mismo queriéndolo hallar en lo finito e impermanente. En un plano más terrenal, es como el que intenta compensar su incapacidad de amar con objetos y regalos.
El terror de abrirle la puerta a lo desconocido y develar lo irrelevante que resulta buena parte de lo mucho a lo que nos aferramos, como la idea de abandonar los viejos trapos y quedar desnudos frente al consumo y la cultura de masas, nos provoca tanto vértigo que al llegar al límite de tantear el picaporte retrocedemos.

Si no aprendemos y, para eso se requiere un profundo y sentido deseo por saber, por revisar nuestro sistema de creencias y por comprender toda la corporalidad instituida de materia y energía de la que estamos compuestos, no nos será posible ascender anímica y espiritualmente promoviendo así, el continuar dando vueltas y más vueltas en una rueda de sufrimiento, a la espera de que ese ser ocasional y falsamente iluminado por nuestras pretensiones mesiánicas nos salve.

Veámoslo de este modo; nos disponemos más fácilmente a saber cómo hay que usar un electrodoméstico que a cómo es y funciona este cuerpo y esta mente humanos. Y me pregunto, ¿cuánto podemos saber acerca de nosotros mismos sin esa indagación, sin ver los planos constituyentes, sin hacer casi ninguna otra cosa que vivir para afuera, para los otros, para obtener más de esto y aquello? Competir, desear, huir, o, lo que sea que hagamos, acaba siempre lejos de lo más cercano que tenemos, es decir, de nosotros No estoy diciendo que lo otro y los demás no sean necesarios, lo que subrayo es que dedicamos más energía a todo y a todos que a estar con nosotros.
Siento que es fundamental inquirir en el modo en que vivimos. Hacernos preguntas y, una de ellas podría ser ¿Qué es lo que nos lleva a la idealización? Y me permito algunas posibles respuestas: Desear ser otro; buscar en ese otro a los padres que nos hubiese gustado tener. Ver en esa otra persona a la pareja o a los hijos anhelados y en esas culturas lejanas que tan correctas y prolijas las suponemos, el estatus o nivel de vida con el que más y mejor podríamos ser aceptados o respetados. O, lo que a cada quién le quepa como deseo incumplido.

Lamentablemente, y mientras no veamos el reflejo del yo en lo ajeno, en lo otro, no dejaremos de ser más que una prisión mental. No llegaremos ni siquiera a vislumbrar la magnificencia del Tao, de Dios o Eso, para no conceptualizar lo que no puede ser nombrado por ser infinito e insoslayable. Por eso, bien sabido es para los místicos, los buscadores verdaderos, los que pasan de todo lo religioso, político, social y cultural porque lo han sabido tomar, aprender y soltar cuando dejo de ser necesario, que todo ello son medios para la evolución y no fines en sí mismo; que sólo se desarrolla uno aprendiendo a llenar cada cuenco de nuestro ser viviendo plenamente (mente, cuerpo, emociones, relaciones, materia, energía, intelecto, sabiduría) y que no podremos alcanzar el vuelo justo mientras permanezcamos apegados a las formas, e inconscientes del contenido que, en última instancia y como una broma del universo, es puro vacío. Si, el vacío de la existencia es lo infinito que ni siquiera llegamos a intuir por estar trabajando (trabar para abajo) en alcanzar el horizonte y no notar que cuanto más avanzamos, más se aleja.





El místico, ya desprovisto de todo dogma (es imprescindible decir que la idealización o idolatría no pueden prescindir de dogmatismo y que, como todo dogma enquista y mata el vivir que es, fluir con los acontecimientos) es alguien que no solo no puede explicar su camino, en primer lugar porque es una experiencia intransferible; y en segundo, porque tampoco puede enseñar con palabras sabiendo que se trata siempre de un campo limitado, tanto por el significado de estas como por la capacidad interpretativa del que escucha; por tal razón, el místico, es alguien que vive en tal estado de plenitud y entrega que su misma hacer enseña sin buscar enseñar.
El místico, vale aclarar, no es aquel humano que se aleja del mundo social para terminar su práctica en la soledad de la montaña. El místico también, puede encontrárselo andando entre medio de la multitud andando con paso cansino, la sonrisa leve, silencioso y observador, tomando lo mínimo indispensable y haciendo su labor para luego, retirarse sin dejar más huella, que el perfume de alguien que sabe que está en el mundo, pero que no es del mundo y, menos aún, que éste le pertenezca
Por eso he dicho alguna vez que el maestro está siempre, (como siempre está la  luz) lo que falta es que aparezca el alumno.
Y el alumno el no iluminado aún, llega al encuentro con el maestro cuando brota de su interior la sed por el agua del saber.

El místico se diferencia del religioso porque, su trascendencia no está tanto en lo que hace como sí en en la entrega de cuerpo y alma en lo que hace. Esa energía inmanente se disemina luego por todo el universo más allá de sí o sea, de objetivo alguno. Acción por la acción misma en estado mental puro. Diluye lo religioso, lo dogmático, porque ya no necesita de la experiencia de lo social. De pertenecer a un círculo donde viva sus necesidades más elementales y bajo la tutela de un líder, pastor, gurú o guía a quién seguir u obedecer, ni en el cual recostarse, otorgándole el derecho de intermediar entre su “carencia” y el deseo por alcanzar la gloria. Sabido es para el místico que el problema es que esa gloria no se conquista porque está enraizada en un sentimiento de falta o parvedad de la que el religioso o dogmático, cree poder escapar implorando a lo externo, por tal razón, cae en la necesidad de pertenecer a algún tipo de institución, secta o partido, esperanzado en que otro le abra la puerta para llegar a Dios, a la justicia, a mejoras laborales o al amor que el cielo proveerá,
Hasta que el religioso no vea en lo profundo de sí cuanto potencial posee, no dejara el hábito y continuara sumergido en la creencia de no ser más que un desposeído.

Todo esto pone sobre la mesa cuanto nos hemos ocupado de alimentar la dualidad tanto que, nadie ha quedado más compartimentado con la vida que uno mismo.
El resultado, un sinfín de situaciones de dominación, conflictos, guerras y hambre, entre otros tantos errores nacidos de una profunda ignorancia, la ignorancia de no saber para qué estamos aquí. Peor aún, creídos que vivir es una lucha por hacer y tener, siempre a favor o en contra de alguien más para que a la largo de nuestra historia, acabemos llenos de cosas y vacíos de vida.
Ganados por la dualidad natural de un sistema patriarcal, (dominante, dominado) no nos percatamos que no se trata de elegir entre bien o mal sino, entre bien o mejor.

Sin embargo, hay salida o, debería decir, entrada, tocándome el pecho y es, que aquellos que aún tengan la vitalidad suficiente para dejarse ir hacia el fondo de sí mismos, no solo comprenderán su sentido de SER sino, también, podrán acompañar a quienes aún sufren el arrastrar los grilletes del creer por negarse a saber, en espera del Mesías o de algún milagro que los salve cuando, lo cierto es que, nadie puede emprender esa labor por nosotros porque en principio, el alma ya preestablecida, encarna para aprender a desenvolverse dentro de un cuerpo culturalmente también, preestablecido. En segundo lugar, porque no hay algo de lo que salvarnos y sí, algo que comprender, el sí mismo y el sentido de estar aquí y ahora en el mundo. Ahora, si continuamos pensando así, como víctimas, no será posible dar ningún paso fuera de esa condición.
Por otra parte, siendo luz como somos, lo que resta en todo caso, es saber cómo encendernos (o debería decir, como dejar de alentar la oscuridad). La luz, una vez manifiesta y con los pies en el suelo, (demasiada luz enloquece) no requerirá de hacer más nada porque la luz no busca otra cosa que ser lo que saber ser, iluminar.





Para acceder a estos niveles de consciencia humanos, existen técnicas y prácticas que cada persona a de procurarse. Lo importante es decir que, no son las disciplinas en sí mismas el fin sino, el o los medios para conocer dicha consciencia. No es afuera que se encuentran las respuestas, pero sí en uno. Afuera lo que hay, son herramientas.
Técnicas de atención plena para observarnos al hablar, sentir,hace, pensar,relacionarnos con los demás y con nosotros, hasta poder hallar la gema de lo sincero debajo de una cobertura de temor y sufrimiento.

Para concluir el texto, porque el camino nunca se acaba digo, me es relevante destacar que cada ser humano se encuentra transitando su senda, por lo tanto y visto con esa óptica, nadie está en otro sitio que donde su consciencia o falta de ella lo haya llevado. En cualquier caso, lo que puede restar es saberlo y para ello es indispensable, VERSE, sentirse y comprenderse mediante la práctica asidua de la confianza no de la fe. Confianza que significa, precisamente, práctica. ¿Práctica en qué?, en que puedo aplicar, día tras día, respiración tras respiración, la atención plena en todos y cada uno de los niveles de consciencia que me realizan e integran como ser humano y eso, precisa sí o si, de total entrega, de ahí el sentido intrínseco de confiar para corroborar lo que vamos aprendiendo a ver, a asumir y aceptar, responsablemente . Una vez visto el camino que, no es otro que nosotros mismos con todo y sus diversas experiencias, solo queda seguir andando.

Shodo Rios